jueves, 19 de octubre de 2017

La luna y el coyote Leónidas Alfaro Bedolla

La Luna y el Coyote.


Aquel día, 15 de septiembre del 2014, en san José del Cabo, tras una noche de vientos huracanados con rachas de hasta 270 kilómetros por hora que habían iniciado desde las 7 de la tarde y perdurado hasta el derredor de las 8 de la mañana; don Belén en compañía de su pequeño nieto, salió de su casa para hacer un recorrido alrededor de su cuadra  y ver cómo le había ido a sus vecinos, con asombro vieron que ni un solo poste de luz o teléfono habían quedado en pie. Tinacos, tanques de gas, árboles tirados, autos volteados, láminas y basura inundaban las calles; casas derrumbadas,  bardas y techos  caídos estaban por doquier. Don Belén y su nieto llegaron hasta lo alto de una colina y desde ahí, pudieron observar las palmeras del estero casi pelonas, y al fondo, al pie de los cerros, una culebra de agua serpenteando para alcanzar la costa y  unirse  al mar, y en su trayecto iba arrasando lo que encontraba a su paso. Los ojos del viejo se llenaron de lágrimas mientras que el niño preguntó al abuelo.   
“—Abuelo, ¿por qué paso esto?” 
“—Odile estaba enojado hijo…, muy enojado”
“—Pero por qué abuelo.  ¿Nos portamos mal?”
Don Belén sonrió ante la inocencia del niño y pensó. –“cómo le explico. Hummm. Un cuento, claro, le encantan las historias”.
 El abuelo se agachó a la altura de niño y le dijo: “—Debemos volver a casa. Y prepararnos para lo que viene, pues creo que durante varios días no tendremos luz, agua…, ni teléfono,  ni transporte; así que tendremos que ver, cómo le vamos hacer en los siguientes días”. 
Don Belén y su nieto regresaron a casa desalentados, el desastre era terrible. Por suerte, el abuelo había sido provisor en comprar un poco de despensa, pero en las siguientes horas se dio cuenta que iba ser necesario conseguir más cosas para varios días de escasez, pues jamás imaginó lo sucedido. En las horas siguientes, la psicosis colectiva explotó, la desesperación de la gente, ante el miedo de quedarse sin víveres;  provocó una rapiña incontrolable, el desorden público y la ausencia de la autoridad, que escasamente manifestó su presencia, obligó a que los colonos se organizaran para realizar jornadas de vigilancia nocturna para proteger sus propiedades y la seguridad de las familias. Se organizaron para limpiar sus casas y sus calles. Para acarrear agua, ya que los depósitos de la Junta de Agua Potable del Municipio fueron abiertos al público.
Mientras, el abuelo seguía pensando cómo explicarle  al niño el fenómeno del ciclón “Odin”; de dónde venía la fuerza y el enojo de la naturaleza. 
Aquel día por la noche prendieron una fogata fuera de su vivienda; sentados alrededor de ella, el anciano sintió que sus ancestros tomaban posesión de su voz para trasmitir aquella leyenda, que una vez su abuelo le contó de igual manera, también a la luz de una lumbrada, allá, en un rancho perdido en la sierra de San francisco, bajo un cielo intensamente estrellado. 
“—Mijo, te voy a contar una historia que me contó mi abuelo, que a su vez, a él se la contó mi bisabuelo, que según dijo, tenía el don de hablar con los animales”.
“— ¿Con los animales, abuelo? A poco se puede hablar con ellos”.
“—Claro que sí, hace muchos, muchos años, los hombres que caminaban por esta misma tierra podían hablar con los animales, y el animal con los hombres. Al abuelo le gustaba hablar con el coyote. Porque has de saber, que el coyote es uno de los animales más viejo, sabio y vagabundo que hay sobre la tierra. Muchos años, después de que la península de Baja california emergió del mar, el Coyote llegó a estas tierras y vagaba por todos los confines del territorio Bajacaliforniano, conociendo a los animales. En invierno el Coyote miraba pasar a las ballenas grises y jorobadas desde las altas montañas, y desde ahí alcanzaba a escuchar el canto de ellas, luego corría hasta la parte más alta de la montaña, y lanzaba  aullidos al viento para que ellas lo escucharan. Una vez bajó, las espero en la costa para platicar con ellas y saber de qué mares venían; ellas le contaron que hacían un largo viaje cada año desde los mares del norte que son de aguas frías, hasta llegar a estas aguas cálidas del Golfo de la Baja California Sur para dar la bienvenida a sus ballenatos”. 
“—Exclamó el coyote impresionado”.
“—Y tu hermano coyote, que me cuentas de esta tierra firme, pregunto  una de las ballenas”.
“—Hooo, hermana ballena esta tierra es maravillosa, tengo hermanos que han venido de tierras arriba a poblar este lugar: venados, borregos cimarrones que viven allá en las montañas escarpadas, liebres, gato montés, serpientes cascabel, coralillo. Un sinfín de aves migratorias que cada vez  que termina la temporada de verano y llega el otoño, pasan por aquí igual que ustedes, y llegan a descansar y prosiguen luego su camino. Pero…
Pero qué, preguntó la Ballena un poco inquieta al notar al Coyote un tanto temeroso. 
Es que  últimamente el hombre, sí, ese que camina en dos pies, erguido, y que vive en cavernas como nosotros y en armonía con nuestra madre naturaleza. No tiene pelo en el cuerpo, y en invierno, cuando  siente frío, se cubren con pieles de animales, eso no me gusta, porque para hacer eso, tienen que matar animales como yo.
—Debes cuidarte, hermano Coyote. –Dijo la Ballena. Sí, lo haré, pero te cuento más. En verano, por el calor intenso que aquí hace, ellos, los humanos, no usan ropas, son muy altos y tanto él como su compañera, se dedican a la recolección de frutos, pesca y caza para alimentarse.  Un día, al pasar junto a las cavernas donde se resguardan pude entrar, y miré como estaban pintando unas figuras con las mismas formas de ellos, pero además estaban pintando al hermano venado y al hermano cimarrón en las paredes. Son muy raros, porque, ¿para qué pintarlos? estuve ahí un buen rato, y platique con uno de ellos; me contaron que eran felices en estas tierras cálidas, donde el frío no mordía sus cuerpos, pero además no les falta nada, tienen el  alimento necesario  todo el tiempo, y que les encanta la belleza del mar, del desierto y también las altas montañas con sus cañadas, sus arroyos, cascadas, y sus  grandes árboles, pinos y encinos. Y ustedes,  ¿viven solas en el mar?“
 “—¡Oohhh no! Hermano coyote,  no—.  Contesta la Ballena lanzando un torrente de aire y agua por su lomo.  En estos mares está nuestra hermana tortuga, vieja y sabia como tú, ellas vienen a estas playas a desovar sus huevos, nosotras vamos hasta el golfo y encontramos una gran variedad peces, además, los más grandes arrecifes de coral están ahí, La tortuga que es tan vieja, nos contó que esta, tu tierra, una vez estuvo bajo el mar hace más de dos mil años, en aquel tiempo nosotras, nos cuentan nuestras abuelas, que la tierra toda se empezó a mover, y esa tierra donde estas parado flotó, entonces viajaron hacia el sur y las corrientes las llevaron hacia el interior de golfo, se dieron cuenta que el agua era cálida y muy propicia para el nacimiento de nuestros ballenatos y desde entonces, todas bajamos hasta acá y entramos al golfo. Una vez que el invierno pasa, regresamos nuevamente hasta las aguas del norte donde las aguas son frías y nosotras somos felices.”
“—Hay hermana ballena, ojalá que esto no cambie nunca.”
—Hay abuelo, pues yo creo que esto si ha cambiado, porque ya ves, ya no hay tantas ballenas como antes,  pero luego sale en la tele que se mueren porque quedan enredadas en los chinchorros de los pescadores, yo creo que por eso, el ciclón Odín se enojó.”
“El coyote le contaba al abuelo, o sea, a tu bisabuelo”, —le siguió contando el viejo a su nieto— “que sus ancestros habían visto el inicio de la tierra, y que  vieron como tras el gran bing—bang, que fue una gran explosión en el universo, se formaron las constelaciones, soles, sistemas solares, planetas con sus satélites; entre ellos nuestro planeta tierra, y en ella los continentes con sus montañas y volcanes. Dizque en un principio, los continentes eran solo porciones de tierra flotando en el mar,  que durante la era paleozoica se juntaron todos estos fragmentos hasta quedar todos unidos en solo continente que llamaron Pangea. Según cuenta la historia, eso fue hace aproximadamente 300 millones de años. Y que la tierra estaba en constante actividad volcánica que provocaba grandes terremotos que movían las placas tectónicas, y los continentes se empezaron a separar hace como 200 millones de años en la era paleozoica; así se separó América del continente Euroasiático africano, el mar mediterráneo quedo entre Europa y África, Asia, los Polos, Australia…” 
“—¿Qué te pasa, Coyote? parece que te falta aire.”
 “–Sí, así es viejo, déjame respirar un poco y te sigo contando… —Bebe un poco de agua, hermano Coyote. –Eso me parece bien.”
“—Que te parece abuelo, si nosotros también tomamos un poco de agua, porque el Coyote ya nos hizo muy largo el relato.” 
“—Tienes razón Mijo. Bebamos.”   
Y el abuelo retomó el relato del Coyote así:
 “—En aquellos entonces, la península, esta nuestra Baja California Sur, estaba pegada al gran macizo continental de América, pertenecía al territorio de lo que hoy conocemos como Sonora, Sinaloa Nayarit y un fragmento de Jalisco. Pero se desprendió y se hundió; ¡uujule! Pero eso fue hace como 200 mil años; después, volvió a emerger, pero al salir a flote se desplazó de tal manera, que quedó formado este nuestro Golfo de California con su Mar de Cortés.”
“—Así, hermano Coyote, ¿con todas sus montañas, desiertos y todo lo demás?”
“—Así es hermano hombre, con sus mares, su fauna y flora, pero para eso pasaron  miles  de años; grandes terremotos sacudían los continentes y sus montañas, que se reacomodaban tras cada movimiento; mis ancestros  vieron pasar la era glacial, los dinosaurios, su desaparición y… el surgimiento del hombre sobre la tierra”. 
El abuelo hizo una pausa para mirar el rostro del niño y ver el interés reflejado en sus gestos. Y sintió la emoción de poder trasmitir al niño aquella historia que había recibido de ancestros como una tradición oral, y que ahora tenía la oportunidad de trasmitirla a su nieto pero que además, abría  en su mente… el espacio a la imaginación.
“—¡Qué más abuelo, qué más!”
“—Me siguió contando tú bisabuelo, que también se formaron los vientos que perduran en la tierra como ráfagas que a veces acarician nuestros rostros, otras veces como aires cálidos o frescos de acuerdo al clima, pero otras veces…  llegan enfurecidos como torbellinos o huracanes arrasando con  todo, para recordarnos a los hombres, cuán pequeños y débiles somos, y que debemos vivir en armonía con la naturaleza, con la tierra y los animales.  Como todas las especies del planeta. 
 Pero los hombres, somos tan necios e imprudentes, queremos dominarlo todo, y por eso, hemos destruido, contaminado, sin considerar que estamos acabando con nuestro propio hábitat. Hemos trasformado los espacios en lugar de adaptarnos y mimetizarnos con ella, aprovechando su benevolencia, como lo hacen animales. Odin nos viene a recordar todo esto, de cómo nació nuestra Baja California Sur, entre tanto movimiento de terremotos y grandes movimientos del sistema solar y planetario, dejándonos un lugar maravilloso con todo su esplendor geográfico, sus montañas y valles, sus lagunas y vertederos de agua fresca; un mar rico con la más grande variedad de fauna marina, un desierto fabuloso y unas montañas de ensueño, también con una fauna diversa y hermosa. Es tiempo de hacerle saber al hermano Coyote, y más a nosotros mismos que estamos a tiempo de cuidar esta riqueza, que ante propios y extraños, procuremos con ellos mismos, cuidar esto que es un regalo de los dioses y la grandeza del mundo natural.”
 El abuelo se quedó mirando a la distancia, en su mirada había un brillo que dejaba notar pesar y nostalgia. De pronto, la voz del niño lo sacó de su letargo. 
¡Abuelo! ¡Odin, no quiso destruirnos, con esta zarandeada, nos dejó un mensaje!
—¿Tú crees Mijo?
—Claro, abuelo. Nos quiso decir, que el hombre no tiene derecho a destruir lo que ella nos deja, porque eso es ir en contra del hombre mismo. Y yo creo que debemos hacer caso, porque la naturaleza con su fuerza, si quiere nos destruye. Y entonces ya no podremos vivir. 

El anciano desmesuró los ojos, miraba al niño asombrado por sus palabras. No pudo resistir, las lágrimas le brotaron y sólo atinó a abrazar a su nieto.
Autor: Leónidas Alfaro Bedolla

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