lunes, 31 de julio de 2017

Desierto,mar y letras Revista literaria de ESAC Los Cabos


Invitación a los miembros de ESAC a colaborar en el próximo lanzamiento de la revista electrónica Desierto,mar y letras 

Material en Word( extensión máxima 4 cuartillas ) 
Letra Arial 12
Doble espacio 
Imagen en .JPG ( en archivo aparte)
Semblanza breve ,no más de media cuartilla 
Se agradece manden foto (.JPG)del escritor en archivo aparte 

Conoce a los miembros de ESAC : MARIA DE LOURDES ANGUIANO ACUÑA (LOURDES ANGUIANO)


MARIA DE LOURDES ANGUIANO ACUÑA  (LOURDES ANGUIANO) 

Nació en La Paz, B.C.S. en Junio 23 de 1951

Estudió una carrera técnica como Contador Privado y después Administración de Empresas a nivel profesional, tiene una certificación como Instructora de Lengua Inglesa, cursos y diplomados relacionados con su carrera y campo de trabajo.

Empresaria de la hotelería y turismo de 1990 a 1997 en Los Cabos.
Capacita en cursos de Inglés y materias relacionadas con la industria turística para colaboradores en diferentes hoteles y empresas.
 Pensionada desde hace cinco años, continúa activa impartiendo clases privadas de inglés, forma parte del Consejo consultivo del Instituto de la Mujer en el municipio de Los Cabos.
Miembro activo en la Asociación de Escritores de BCS ASAC y miembro fundador de ESAC Capítulo Los Cabos.
Directora de la agrupación Padrinos del Corazón, próximamente Fundación Padrinos, que apoya a niños con discapacidad intelectual y personas en situación de vulnerabilidad.
Voluntaria desde 1998 en diferentes albergues, casas hogar y orfanatos en varias ciudades del país. 
*Es Autora del libro “En los zapatos de un niño”, que se publicó en enero 2016
*Ha participado en el XIII Coloquio universitario de escritores en la UABCS presentando su libro y exponiendo la realidad y problemática de los niños institucionalizados
*Exponente en el Décimo Encuentro de Escritores Sudcalifornianos con el tema La Literatura Bilingüe en  BCS.

*Presentación de obra literaria en LA FERIA DEL LIBRO LOS CABOS 2016
*Conferencia-Taller “PENSAMIENTO CRITICO CREATIVO Y LA PRODUCCION LITERARIA” en la UNIPAZ La Paz, B.C.S.
*Conferencia “NIÑOS INSTITUCIONALIZADOS. CONSECUENCIAS MEDICAS, FISICAS, PSICOLOGICAS Y SOCIALES” a Personal médico y enfermería del ISSSTE LOS CABOS.
Actualmente realiza presentaciones de su libro y charlas sobre la problemática de los niños institucionalizados.
Tiene tres libros en preparación, uno de ellos que es la continuación de “En los Zapatos de un Niño” y llevará por título “Ya crecieron y ahora ¿dónde están?

viernes, 28 de julio de 2017

California

CALIFORNIA
¡ Paraíso!
corolado de turquezas 
espejea el golfo en las bahías.
Contrasta la espuma del Océano.
Abismal sinuosa cordillera,
idílico desierto.
El crugido de  nítidas arenas
prodigio simiente de fortuna.
Cálida tierra coyuntura
del abismo,
fémina calando
las crestas del oleaje.
Tu brisa solar 
humecta al californio ,
profundo y raro marino pringa
senda del tiempo ,
al bermejo atardecer.
Planean las aves pescadoras
camelan plateados pececitos
Delfines y cochitos el cardúmen
arrea cadena curtido capitán.
Ay del gélido noroeste de San Marcos
brisa fresca inolvidable El Coromuel
Rudo sur crea abismos del cantil
Terrales acribillan los marullos.
Puntalobos semeja al Dinosaurio
recostado en su blanca camarena.
Extremece los torrentes del sudoeste
  el canto peculiar de sus loberas
Rosalía prodigio de boleos
San marcos yesera al aire libre
Oasis y su río Mulegé.
Guerrero Negro
gusto en sal ilimitado
California 
inspiracion de mis cantares
de amorios,
de ilusiones y de altares
eres mágica leyenda/
de Amazonas
de embrujos 
con sus zorras y mechudos
California Odalisca entre las olas
adorada por suspiros de corsarios
fuente mágica de vasta inspiración
Va mi canto en la raiz de nuestra estirpe
¡ California soy tu hijo !
el nativo trascendente
cómo diente de león
siembra,
siembra en tempestades
cunde,
cunde/
en la mágica expresión
del Mejibó.
California
bellamente perfilada,
tobogán sinuoso a los abismos, 
  señuelo de sirena/
hasta el propio Hernán Cortés
embaucó.







Anastasio Agundez Villalobos 

Mea culpa MJ Ceseña


MJ Ceseña
La primera vez que la vi, quise huir de su presencia, pero no fue posible porque estaba atrapada entre dos pesadas bancas de madera antigua y una multitud que se había dado cita para escuchar misa en la parroquia de San José.
Era la fiesta del santo patrono y todos los habitantes del pueblo y rancherías de los alrededores se congregaban amontonados, a lo largo y ancho de la nave, para recibir la bendición. Aunque el resto del año no se acordaran ni de asistir a misa, ese día era muy especial y se consideraba una falta de respeto, casi una herejía, faltar.
Yo tendría cinco años, recién cumplidos un mes antes. Había llegado del rancho muy temprano, junto con mis padres. Mi madre y yo apenas alcanzamos a colocarnos en el último espacio vacío en una de las bancas a la mitad de la nave.
Mi padre permaneció de pie, un poco más atrás, arrinconado contra el muro para dejar espacio a los que pasaban buscando lugar, a los que salían por algún pendiente y a las colectoras de limosnas que paseaban alargando sus canastos a cada uno de los asistentes.
Yo prestaba a la misa muy poca atención, o más bien nada. Era una niña; los niños son visuales, si no ven al que está hablando jamás se interesarán por lo que dice y en ese apretujadero de gente, era imposible que yo viera al sacerdote a la cara… si no alcanzaba a verle ni siquiera la sotana.
La misa, junto con los velorios y otras ceremonias parecidas, eran las cosas más aburridas a las que podías arrastrar a un niño, tanto así que llegué a pensar que mis padres habían sido martirizados de la misma forma en su infancia y ahora se vengaban en mi de esas interminables horas de tedio a las que sus padres los habían obligado a participar también. 
En fin, para no morir de aburrimiento, me entretenía contando a los niños que, al igual que yo, no hallaban más que hacer. Vi a un niño vestido con camisa amarilla, dos filas adelante, con la cabeza agachada e imaginé que contaba los pares de zapatos que se alcanzaban a ver por debajo de la banca de enfrente: uno rojo, dos blancos, cuatro negros... Más allá uno vestido de café parecía contar: cinco señoras flacas, diez gordas, seis más o menitos; Al frente a mi izquierda, una niña de azul: diez señores con bigote, cinco con barba, tres sin pelo en la cara…
Mi mamá tocaba mi espalda o me daba un golpe suave en la cabeza cuando notaba que me estaba distrayendo. 
  • Pon atención o te castigará Dios – me amenazaba en voz baja y con los dientes apretados.
Cuando, gracias al todopoderoso, la misa estaba por concluir o a mí se me acababan las opciones para entretenerme (no recuerdo cuál de las dos cosas sucedió primero) nos pusimos de pie y entonces la vi.
Venía escoltada por dos señoras. Quedé impactada, no podía despegar la vista de ese labio inferior tan grande y pesado que le colgaba hasta media barbilla; los ojos perdidos que parecían mirar al vacío y ese andar dudoso, arrastrado, como si temiera que al levantar los pies, su cuerpo flaco y sin peso se desprendiera del suelo y fuera a quedar suspendido en el techo de dos aguas de la parroquia.
Jamás en mi vida había visto a alguien así y comencé a pensar si acaso Dios se había dado cuenta de que divagaba durante la misa y había enviado a algún ser sobrenatural, de esos que siempre lo rodean, para castigarme.
El terror se apoderó de mi al verla acercarse por el pasillo lateral, iba hacia donde yo estaba y no podía huir. Empecé a hacer esfuerzos por desaparecer entre la gente, volverme invisible para que pasara de largo sin notar mi existencia. Mientras, cerraba los ojos y comenzaba una oración desesperada y silenciosa: “Diosito, no es conmigo la bronca, te equivocaste, el niño de amarillo… aquel que está más adelante es el que estaba distraído. Yo no, yo si te estaba poniendo atención, deveritas” 
Interrumpí de improviso el ruego al oír la voz de una señora saludando a otra que estaba sentada en la misma banca que yo, a un lado de mi madre. Abrí los ojos y la impresión casi me tira de espaldas; el pánico me sobrecogió al ver que ahí, frente a mí, estaba ese ser mirándome fijamente, con su enorme labio colgante y  casi babeando mi mano que se agarraba fuerte a la saliente de la banca. 
Aterrorizada, retiré la mano casi al mismo tiempo que ella colocaba, pesadamente, la suya en el mismo lugar. No sabía qué hacer, ni como escapar. Volteé por instinto hacia atrás buscando a mi padre, pero no lo encontré entre ese mar de gente. Quise gritar pero me había quedado muda y sólo podía contemplar aquellos ojos fijos, acusándome: “Tú eras la que no ponía atención en misa”.
La señora que venía con ella continuaba charlando animosamente, como si estuviera en la plaza y no en la iglesia. Si Dios fuera justo, se la llevaría a ella – pensé -, pero luego me arrepentí al darme cuenta de que aquel ser la sujetaba de la mano.
  • ¡No puede ser – murmuré para mis adentros - se la está llevando!
  • ¡ay nanita! ¿Y ahora qué hago? ¡No quiero que me lleve!
¡Y aquella señora! No dejaba de hablar con la otra y mi mamá que en silencio sonreía y asentía, como queriendo participar también del mitote. Nadie parecía darse cuenta de mi angustia y desespero, claro que no ¿porque lo harían? Aquel ser era invisible ante los demás porque ellos si habían puesto atención en misa, sólo venía por los que no la escuchábamos atentos.
Volteé en todas direcciones buscando un hueco entre las enaguas que me rodeaban, pero no lo hallaba. Cuando por fin me sobrevino la idea de agacharme y pasear gateando entre los pies de aquellas señoras, escuché el glorioso “Bueno pues, ahí nos vemos” con el que finalmente se despedía la parlanchina.
El extraño ser despegó lentamente su mano de la banca y sus ojos volvieron a perder enfoque, el labio colgante comenzó a alejarse y sus pasos arrastrados se perdieron ruidosos en el pasillo, mientras yo respiraba acelerada, sin poder controlar aún los fuertes latidos de mi corazón.


Pegué un brinco cuando cayeron en mi cabeza y mejilla algunas gotas de agua  que el sacerdote arrojaba, a diestra y siniestra, enarbolando una especie de hisopo de fierro que empapaba en un extraño recipiente, sostenido por el monaguillo que lo acompañaba
Por fin salí con mi madre al atrio, limpiándome las gotas de agua de la frente. 
  • ¡No te limpies! – me regañó – Es agua bendita.
Mi padre ya nos esperaba, conversando con algunos conocidos. De vez en cuando, yo sacaba la cabeza por detrás de las enaguas de mi madre y las parientes que la rodeaban, rogando a Dios no encontrarme al ser rondando entre los conversadores o los comensales que se arremolinaban, ansiosos, en los puestos de comida. Afortunadamente no volví a verla ese día y comencé a pensar que había sido una alucinación debido a la culpa que me roía. Más, al día siguiente, sorprendida, comprobé que no sólo yo la había visto, pues en cuanto mi padre tuvo ocasión me dijo, en tono burlón: “Si que te viste preocupada cuando se te paró la Chita enfrente ¿no?”.

Fue así como supe que Chita era, y sigue siendo, un personaje  especial para todos los oriundos del centro de San José, quienes la aprecian y cuidan como la gran familia que son. Con el tiempo, también llegué a tomarle aprecio y cada que asisto a la parroquia para escuchar misa atentamente, no puedo evitar una sonrisa cuando al escuchar sus  pasos arrastrados por el pasillo, vuelve a mi memoria nuestro primer encuentro hace más de 30 años. 

martes, 11 de julio de 2017

"EL SUEÑO DE LA RAZÓN" INSPIRACIÓN POÉTICA DESDE EL INTERIOR A LA REALIDAD COTIDIANA.


Domingo Valentín Castro Burgoin

De Miguel de Cervantes a Christopher Amador Cervantes
Comienzo citando a Miguel de Cervantes en su obra "La Gitanilla": "La poesía es una bellísima doncella casta, honesta, discreta, aguda, retirada y que se contiene en los límites de la discreción más alta;  es amiga de la soledad;  las fuentes la entretienen, los prados la consuelan, los árboles la desenojan, las flores la alegran y, finalmente, deleita y enseña a  cuantos con ella comunican".
Le sigo citando a otro Cervantes:  Christopher Amador Cervantes, quien en Escribir es incendiar  sentencia:
"la palabra no es la cosa
                                                                                       
ante todo poner en duda
lo que decimos y lo que vemos[1]
ante todo buscar la experiencia de las palabras
la experiencia en la palabra[2]
si la palabra no nos sucede en el organismo
llamémosle impostora..................."

Aldo e Iván el arte creativo
"El Sueño de la Razón" , libro de poemas de Aldo Fulcanelli, editado por el Instituto Sudcaliforniano de Cultura,   con los matices plásticos de Iván Guadarrama, en sus  80 páginas se puede disfrutar leyéndolo en unos treinta minutos y contemplar las imágenes que delinean cuerpos que definen de lo erótico a lo angelical, y del simbolismo policromado de rostros imantados de facciones profundas y manos y brazos amistosos,  en un abrir y cerrar de ojos; pero para escudriñar su profundidad, impregnada de versos y colores, el tiempo puede pasar sin sentirlo porque leer poesía y contemplar el arte pictórico puede ser tan rápido como nuestros sentidos nos lo permiten, pero inmiscuirse en los propósitos del poeta y las pinceladas del pintor, no es algo sencillo, tampoco exclusividad de iniciados, ni fácil actividad.
Parte de los efectos  heterogéneos de lo que la poesía produce en nosotros no es asunto del poeta, porque él no piensa en los demás para escribir, sino que piensa en la palabra hecha verso para expresar sus sentimientos, independientemente de la carga emotiva del lector, y más de lo que individualmente se pueda interpretar. 
Pudiera decirse que al acto consciente de escribir poesía subyace un pensamiento inconsciente y sin destinatarios: "Si yo puedo escribir, ustedes pueden pensar lo que quieran".  Esa puede ser la pretensión del artista y esta una decisión del lector.

Aldo le escribe al amor, y en consecuencia a los que aman;  le construye versos a la paz, como si fuera un dique a la violencia; y se esbozan renglones de misticismo y religiosidad que emergen tal vez de un pasado material que no termina de encontrarse a su antagónica espiritualidad:  "¡Dame tus besos! /multiplicaré los panes,..."; "Y somos polvo/......" "Y hubo una vez un hombre/ que amaneció con el tiempo,/ ni barro ni tierra fue,/ y en su escafandra contuvo los siglos,/........".  Y yo agrego, que como Roberto Carlos lo dice en su canción plena de espiritualidad y gratitud: "Esa luz, solo puede ser Jesús.....".
La Paz de la paz.
Me regreso a la paz, al tema al que también le escribe Aldo, no a La Paz de mis amores, como el San José de mis amores, de mis viejos vivos y muertos, de mis raíces.  Escribe Aldo: "La paz es la alegría del alma".  
No necesitamos tratados, ni estadísticas palaciegas, ni estudios psicológicos, para coincidir:  "La paz es la alegría del alma"; pero la paz, nuestra paz, la paz que por casi milenios vivieron nuestros  extinguidos cochimíes, guaycuras y pericúes, parece extinguirse como ellos lo fueron, por la avalancha de la modernidad impuesta en los ayeres, y ahora por la materialidad, el culto al dinero fácil, a la muerte de las balas que asesinan por igual a delincuentes que se reflejan en el rostro de sus sicarios, como a inocentes que la perversa casualidad -o la mala suerte- cruzó en su camino.  Y la paz que se afecta en las calles, también afecta la paz interior, la paz individual, la paz de las familias.  Por eso urge recuperar la paz para vivir en paz.  Para que sea la paz, como en los versos de Aldo: "La paz es saludar al sol sin camisa,/con la frente amplia y los zapatos sin sangre,/reírse con todo el cuerpo;/la paz es sembrar la tierra y/ germinar abrazos."
Una cosa es la muerte así impuesta en nuestros aciagos días, y otra cosa es cantarle a la muerte, desde las trincheras literarias, como lo hace Aldo Fulcanelli.  Es a la muerte a la que le dedica el más largo poema, diez de las casi ochenta páginas entre poemas y alegorías del pincel de Iván Guadarrama, y entre ellas se observa la nostalgia por la madre que se fue, por la que se llora desgarradoramente, pensándola eterna, pero que se fue sin decirlo.  Y de ello, la expresión de los lamentos de impotencia ante la madre: "Mi madre única de tres siglos,/ la madre de todos los hijos,/de todos los niños que amanecen con el alba,/ los inocentes que por existir son/ flores;/ y pieles intactas con olor a infancia."
Si para la poesía de Aldo "La muerte es el despertar del sueño/ la rebelión del silencio,/ la unión de muchas flores y muchos/ cantos,/ es no tener y no deber,....."  yo le agregaría en la paráfrasis contraria: la vida es el ser y el deber, y cada cual la vivimos y lo interpretamos a nuestro modo, a nuestra crianza, a nuestro entorno;  la vida, -como afirman mentes privilegiadamente espirituales- se debe vivir sin las ataduras ni los apegos que la posesión invadida de ambición y distorsionada por la soberbia del poder esparcen como dueños de vidas y haciendas, porque vivirla por el camino contrario, tarde o temprano, los acreedores fácticos la convierten en muerte, y sus deudores arrastran familia, regiones, estados, países, que están al borde del precipicio o van en caída libre, simplemente porque los equilibrios no existen.  Al efecto, Aldo lo concibe así: "Y si nosotros no existiéramos/ si fuéramos un sueño,/ cada uno durmiendo en su avalancha,/gozando su capullo de hueso y sangre,/ extendiendo sus alas anhelantes y/ anheladas,/ si vivo duermo,/ despierto muero,/ muero despierto,/ vivo/ despierto;/ y muero." 
No obstante, en el libro resaltan los versos de Aldo construidos libremente quien inicia con el amor y termina con el tiempo imperecedero: en Ad Libitum: "Te amo es decir/ usa mi camisa/ ponte mi piel si quieres/ vuela y regresa";  "Ayer, ¿recuerdas?,/ las campiñas verdes/ y los prados sinceros/ pariendo luces/ la ciudad sin fin";  en Hoy, Mañana y Siempre:  "Hoy/ el río extasiado/ te miró sin reflejarte,/ en el rincón/ rodó el olvido/........ "Mañana/ que tus manos/ sean tiernas como la infancia/....... "Siempre/ gravitarás sobre mis hombros,/ el leve rocío me hablará de tí,/ cuando tus cosas se hayan ido."
La medida del tiempo
Hoy, Mañana  y Siempre  podemos aplicarlo a un familiar querido, a un amor que se hace nostalgia, a unas serranías como El Picacho o la Sierra de La Laguna, al Mogote, a las islas del Golfo, a un hijo que pasa de la infancia a la adolescencia, de la madurez a la senectud;  a todo lo que tiene principio  y fin, y que por amor a ellos, al familiar que se nos  fue, al río que ya no es, al Estero que parece morir, a la tierra y al mar que ve contaminar sus veneros, podemos decirles: "Siempre gravitarás sobre mis hombros, el leve rocío me hablará de ti, cuando tus cosas se hayan ido", pero tus recuerdos quedan sobre mis hombros, en el cerebro símbolo de la razón, y bajo mis hombros, en el corazón, símbolo de las emociones, de los sentimientos, de esos de los que el poeta hace uso, para movernos a la reflexión, aunque no quiera, aunque no sea ese su fin, a fin de cuentas lo consigue.
Aldo, con su poesía, que nos es regalada en este libro, nos pone en esa posibilidad.
La transición poética en Sudcalifornia.
Aldo pertenece a esa generación de poetas y escritores que llegan a Baja California Sur y que la adoptan para transitar de una poesía que enaltece, que habla y escribe de lo que existe en la naturaleza, que se regodea en el regionalismo y se mantiene orgulloso de la sudcalifornidad, (que no nos debe ser ajena, de la calidad de sudcaliforniano)  como los legados de poetisas y poetas sudcalifornianos como Dominga G. de Amao, Manuelita Lizárraga,  Fernando Jordán, Margarito Sández Villarino, Néstor Agúndez Martínez, Alán Gorosave, Leopoldo Ramos,  Armando Trasviña Taylor,  Raúl Antonio Cota, Javier Manríquez, Edmundo Lizardi, Christopher Amador Cervantes,  Bobby García, Ignacio Campoy, Edmungo Lizardi, Javier Castro, Manuel Cadena, Ernesto Adams, Víctor Bancalari, Miguel Angel Solís, Eutimio Pinzón, Miguel Serrano y tantos más,  para tocar los linderos de la abstracción, a la que él llama "El Sueño de la Razón", no obstante que cuando la razón sueña, produce  invariables sentimientos que se plasman en la poesía.


Termino citando a uno de los más notables poetas exponentes del romanticismo español, de mediados del siglo diecinueve, Gustavo Adolfo Bécquer:  
"Mientras sintamos que se alegra el alma,
sin que los labios rían;
Mientras se llore sin que el llanto acuda
a nublar la pupila;
Mientras el corazón y la cabeza
batallando prosigan;
Mientras haya esperanzas y recuerdos

¡habrá poesía!

lunes, 10 de julio de 2017

Los libros

Nací berreando entre estertores líquidos y un reguero de libros que mi padre soltó de emoción al escucharme.
Me mecieron entre letras, con la voz estrangulada y estremecida de emoción de mi madre mientras recitaba romances para adormecerme, bebí leche y cante jondo  al estilo Lorquiano. Y con el pasar de los años rondé y rondé la biblioteca familiar mirando con envidia a los grandes que sabían ya leer.
Aprendí a reconocer las letras en los periódicos que mi abuelo dejaba en el solar, con un lápiz rojo y la boca fruncida con gran emoción iba cazando consonantes furtivas. Ninguna caza antes contó con tan entusiasta cazadora. Y aprendí a juntar letras y gozar de su música, de su cadencia. Adoré desde niña la música de las palabras, cada letra es especial y lleva su canción adentro, cuando se reúnen las letras precisas llegan a formar palabras con un acorde especial. Y más aún cuando juntas las palabras adecuadas, entonces se arma una melodía que llega hasta el corazón y hace sentir tu cuerpo ligero como flotando.


Leí emocionada versos monumentales escondida en el balcón de mi habitación en esas madrugadas que la adolescencia agravaba el sentir. 
Y cuando la audición se volvió fugitiva e inconstante, los libros fueron mi pañol y consuelo, el mayor cómplice.
Y descubrí la magia, la magia que nada tiene que ver con tristes conejos brincando de una chistera. Conocí la magia de verdad, esa que está entre las páginas de un libro. Esos libros-puerta, libros-ventana que se abren de par en par para adentrarte a esas dimensiones donde puedo volar en el inmenso cielo y brincar entre nubes, o sumergirme en el fondo del mar y atisbar los misterios profundos que esconde entre sus caricias liquidas. 
En las páginas de un libro me puedo convertir en la luna que se refleja en la mar o tal vez ser el pirata que navega entre mareas buscando su destino, quizás podría mirar a la sirena que peina sus verdes cabellos sobre el coral en altamar.




También puedo ser ese menonita que cepilla suavemente el lomo de un caballo mientras el sol juega entre los árboles, o la mujer que deja su país y se sube a un buque para llegar a otro continente.
Entre dos cubiertas de cartón se esconden mundos milagrosos, distintos y tan iguales, mundos ruines y perversos, sociedades ideales y angelicales, lunas llenas de romance y carcajadas. 
Con esa magia que convocan los escritores con sus letras, puedo sufrir al lado de la bella Desdémona  sus amores contrariados, o puedo ser el Moro atormentado. 
En un libro puedo vivir la frustración de Cósimo  al mirar de lejos a Viola, y agradecer al Principito por presentarme a su rosa. También puedo sentir el viento helado de la Laponia  sobre mis mejillas mientras voy al lado de Nils Holgersson sobre el Pato Martín. 
En un libro puedo aprender mil maneras de mirar la Luna y sentir el goce y la ira, la felicidad y la miseria que cada personaje experimenta. Entre las páginas de un libro aprendí sobre lo desgarrador que es el amor y la profunda miseria a la que los apetitos del hombre le pueden llevar. 
En las páginas de un libro he conocido a las mentes más brillantes, generosas y creativas, y también a otras extraviadas y megalómanas. 



En los libros he hallado consuelo  e inspiración. Han sido compañeros de mis horas más luminosas y testigos mudos de mis momentos obscuros. En un libro conocí las desdichas de una pequeña niña alemana que estuvo escondida en un laberíntico lugar y sufrí, lloré y reí con ella, para finalmente compartir el espanto y el estupor histórico de su final.
Los libros me presentaron a esa bella estirpe de seres que viven con el corazón atrapado entre la sinrazón y el paroxismo de la pasión, a los poetas. Las horas más sublimes de mi vida me las ha dado la poesía. 
Los libros son murallas contra los ruidos del mundo, las preguntas inesperadas, los discursos interminables que salen de la televisión y las pláticas sobre el tiempo y la vida de los demás.
Los libros son el regalo de la musa para los mortales. Los años pasan hasta en los libros, algunas historias se ponen de moda y luego se quedan olvidadas en los estantes y otras pasan la prueba del tiempo. Sigo enamorada de las letras y los mundos que convocan en su concierto, estoy convencida de la materia estelar que vive tras los párpados de los escritores. 
Mi mirada se sigue perdiendo y mi corazón acelerándose cuando estoy en esa cueva de las mil maravillas llamada librería.

Sofia Chiquetts.





Semblanza
Sofia Chiquetts, escribe poesía y cuento además de reseñas literarias. Egresada de la licenciatura en Literatura Dramática y Teatro (UNAM), Licenciada en Educación (UAL), y con una maestría en Ciencias (ITESO). Ha colaborado en varias instituciones educativas de alto nivel en Acapulco, Ciudad de México y Guadalajara. En el ámbito literario ha participado en La FIL Guadalajara, Lunas de Octubre y Encuentro de Escritores Sudcalifornianos en BCS, Feria del Libro y la Lectura de Ciudad de La Paz y también en La Feria del Libro de Los Cabos, BCS. Ha sido publicada en las revistas literarias CantaLetras, Espuma y Somos Guadalajara. En el medio digital han publicado textos de su autoría en sudcalifornios.com y PoetasHispanos.com. Forma parte de DKG Asociación Internacional de Profesionales en Educación y de ESAC Asociación de Escritores Sudcalifornianos  A.C. Su trabajo en fomento lector inició en 1990 y su primer poemario es “Mar de Tinta”. Su próxima publicación “Hortensia, Una Pollita Fenomenal” (LIJ) saldrá este 2017.

Contacto:
Twitter: @sofiachiquetts

Correo: sophiachiquetts@gmail.com

Los libros la libran

              

          Ramón Ojeda Mestre

 

Todos sabemos que los libros tienen vida. No nada más porque están hechos con y por materia orgánica sino porque en ellos se alojan todos los mejores y peores seres de la historia de la humanidad, las más grandes y luminosas hazañas y los peores momentos de la abyección o de la oscura ruindad de nuestra estirpe. Las obras escritas y publicadas son tan vívidas que lo primero que hacen es escapar de las manos de su autor y luego huir de quienes la capturaron, fajaron, imprimieron y empastaron. 

 

Los libros son tan inquietos y mustios que hoy parecen estar adormilados en una biblioteca, en una librería o en el plúteo de algún estante cualquiera y al rato están siendo acariciados dactilar o visualmente por mujeres intrépidas o por jóvenes de futuros maravillosos. Sí, los libros nacen, crecen y se reproducen, pero nunca mueren, ni aunque los quemen, como los canallas de las épocas tremendas, ni aunque los prohíban o censuren, o aunque se amenace con las peores flagelaciones a quienes los lean o conserven, siempre habrán los audaces o valerosos que arriesgarán su vida por esconderlos y protegerlos.

 

Ha habido en nuestro proceso “civilizatorio” grandes/pequeños tiranos o poderosos monarcas que han incinerado bibliotecas enteras. Todos los sátrapas gustan de las incineradoras, pero “lux tenebras sempervincit. Es un chip perverso que algunos humanos todavía guardan, de las épocas de las cavernas, de la época de las pinturas rupestres, un gen de ignorancia, de absurdidad o de perversión, que les hace creer que debemos quemar lo reciclable con tal de “ganar dinero” y por eso coligen que es de listillos quemar el papel que nos heredaron árboles majestuosos y nobles o el trapo que nos legaran los algodonares o los campos de lino o las bonachonas ovejas con su lanar. Pobres de estos encumbrados en puestos públicos y pobres de nosotros.

 

Los libros son el mensaje de muchos, aunque sólo una mano los escriba, porque en cada palabra navega toda la cultura de la humanidad. Sí, en cada vocablo está concentrado todo lo que hemos sido, lo que somos o lo que podemos llegar a ser. Y ¿qué es un libro? sino un concentrado de ideas y de palabras de mujeres y hombres de cultura, de los más acentuados niveles de inteligencia. Cada libro, cualquier libro, todos los libros, libres por la palabra libre diría Belisario Domínguez el asesinado por el despreciable general Victoriano Huerta el traidor de Colotlán, Jalisco y nosotros parafraseando aducimos, “libros por la palabra libre”.

 

Todos los libros, todos, tienen un mensaje secreto para ti; solo, con su libro, el ser humano habla sin cortapisas, pues en ese dialogo misterioso entre la lectora y su libro, entre el leyente y sus papiros a los que acaricia sin pecado y les extrae sus arcanos embelesado, se halla toda la verdad. Nadie, absolutamente, sabe todo lo que pasa por la mente del lector en ese momento cumbre de la inteligencia en que merced al libro, el hombre se dice a si mismo lo que piensa, sabe o intuye, lo que siente y presiente. 


Por eso ayer me regalé con la lectura de La Rebelión de los Californios de Sigismundo Taraval, para cumplir con el gran maestro Eligio Moisés Coronado, quien me honró, junto a Gabriel Fonseca Verdugo y la doctora Tamara Montalvo, para una presentación formal el 21 de julio en Cabo San Lucas en la librería Bookworm y también entusiasmado leyendo la obra de Guillermo Heimpel “Barca de Oro, La vuelta al mundo de un velero mexicano” de 1948, que me invitó a presentar el Doctor Jorge Cervantes en el prestigiado Museo de Guasave. Leer es el máximo regalo a la inteligencia.

rojedamestr@yahoo.com

 

domingo, 9 de julio de 2017

Bruno Lojero y un poema

               De noche.

 

Soy un espejo olvidado en la playa, 

deshaciéndose entre la espuma y la arena… 

 

Con toda tu noche grabada en mis entrañas, 

y ya por siempre reflejando el mismo cielo… 

las mismas estrellas... 

 

A un destiempo eterno, 

con un solo día guardado en la memoria. 

 

Atrapado entre la distancia que me separa de tus pensamientos, 

y mis palabras, 

grabadas en esta botella en el mar... 

 

En esta botella, 

que guarda en silencio mis sentimientos... 

 

En esta sola pared, que refleja desde temprano,

los rayos del sol que, en pocos momentos, irán también a despertarte. 

 

Cierro mis ojos, y el viento y la noche te dibujan sonriendo frente a mí. 

 

Y busco tus ojos,

-más bien tu mirar- 

y no escucho nada, 

como debajo del agua… 

 

Pero amanece, 

y ya sólo escucho el mar... 

 

BL.

 

            SEMBLANZA 


Bruno Lojero.

Nacido en la Ciudad de México el 25 de mayo de 1975.

Géneros. Narrativa, poesía y cuento


Realizó sus estudios en la ciudad de Los Mochis, Sinaloa, hasta obtener el título de arquitecto.

Radicado en la ciudad de San José del Cabo desde mayodel año 2000.

 

Fundador y editor en jefe de la revista Land’s EndMagazine, publicación impresa en inglés que recopila historias locales, entrevistas con personajes de la región, así como historia documentada de la Baja California Sur, mezclada con contenidos literarios proporcionados por escritores mexicanos, estadounidenses y canadienses. 

 

brunolojero@hotmail.com

www.landsendmagazine.com

www.cuboatelier.com

 

 

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